Problemáticas que emergen a partir de una simple actividad áulica

Como empanadas de algodón
 
En el número anterior de este boletín anticipé  que las estudiantes del Profesorado de Educación Inicial estaban trabajando la narrativa desde una perspectiva de acción: crear cuentos para niños. La propuesta incluía la producción del texto en forma grupal y la presentación de cada obra, personalizada, para  estimular la creatividad artística y evaluar los trabajos en forma personal. 
 

Dedicamos una clase al diálogo y acuerdo sobre las temáticas, los personajes y la teoría que debían tener en cuenta. Los grupos discutieron diversas ideas y básicamente plantearon la estructura de la narración: cómo comenzaría la historia, cuál sería el conflicto y cuál el desenlace.

La siguiente, un módulo, fue la etapa de escritura de los borradores. En forma grupal, las estudiantes debían redactar y revisar lo escrito. Esta revisión incluía adecuación al propósito y tipo textual, coherencia y cohesión, además de aspectos externos como la ortografía. Una vez concluidos, fueron enviados a mi correo para su análisis.  Señalé con distintos colores las dificultades de coherencia, cohesión, adecuación y ortografía. Hice sugerencias en relación con las producciones en general  y envié los textos a los grupos para ser reescritos, tantas veces como fuera necesario  hasta alcanzar los objetivos. Sin este proceso, no podrían avanzar a la fase artesanal: fabricación de los cuentos  que ocupó un módulo con gran despliegue de materiales, mucho movimiento y entusiasmo. El tiempo resultó insuficiente y acordamos terminar los trabajos en casa.

La última  etapa fue presentar  las obras y leerlas  a los compañeros como si estuviéramos en un aula de jardín de infantes. Durante el proceso, realicé correcciones en cuanto a la lectura en voz alta: pausas,  expresividad, movimientos y atención al público.

 Después de esa actividad, cargué una gran bolsa llena de cuentos para niños y comenzó la evaluación detallada de cada trabajo. Fue cuando decidí escribir y compartir mis reflexiones. ¿Alguna vez fueron víctimas de un bromista que cocinó empanadas con relleno de algodón? Esta fue mi sensación al traspasar el aspecto externo de muchos de los trabajos presentados

En la mayoría de los casos las tapas invitaban a la lectura. Pero la realidad interior me deparaba sorpresas. ¿No fui clara con las consignas de trabajo?  Quince de los treinta y nueve textos no cumplían con la consigna de usar mayúsculas de imprenta. La elección de esta letra no era casual: los cuentos constituyen un acercamiento a la alfabetización inicial y debían responder al modelo actual. ¿No revisé y corregí,  una y otra vez,  las producciones? Dieciocho de los cuentos presentaban errores en la cohesión, consistentes en su mayoría en fallas al puntuar. ¿No hice sugerencias en relación con los espacios para texto e imágenes?  Diez producciones evidenciaban este aspecto: abuso en la cantidad de texto, imágenes inadecuadas o inexistentes, organización compleja para materiales destinados a niños pequeños.  ¿No repetí una y cien veces que lo más importante era la  escritura? Quince cuentos con errores de ortografía negaban esta realidad.

 Y ahora mi análisis: no atendieron a las consignas y recomendaciones; eso es evidente. ¿Por qué no  registraron y pusieron en acto las propuestas y sugerencias? Empecé a pensar y observar alrededor. Nuestros estudiantes son productos de este tiempo. No tienen la culpa de estar inmersos en una sociedad que prioriza la forma por sobre el  fondo. ¿Cómo pueden detenerse a rever, leer críticamente y volver a escribir si estas son acciones que exigen  atención, tiempo y esfuerzo?

 El mundo que nos rodea estimula la inmediatez y la superficialidad: los objetos, más que útiles,  deben ser llamativos, porque así se venderán mejor.  Y las personas, atractivas, bien vestidas, externamente poderosas, pasaportes estos hacia una felicidad segura. La imagen es dueña y señora y no interesa demasiado qué se esconde tras las máscaras. Nuestros estudiantes, jóvenes de este tiempo, no escapan al embrujo del brillo exterior y olvidan o minimizan el contenido. Por eso nos cuesta tanto que reconozcan lo esencial: ante la lectura y análisis de un texto se quedan enzarzados en detalles,  sin ganas ni fuerzas para desentrañar lo complejo y profundo.

Y aquí estoy, compartiendo con ustedes esta reflexión. Tenemos muchísimo para pensar y hacer porque hoy nos toca más que enseñar, tal y como entendemos el término. Somos los elegidos para poner la lupa en las  problemáticas que emergen  a partir  de una simple actividad áulica. Pero, como los diagnósticos por sí solos son insuficientes,  tenemos que actuar y quiero invitarlos para que lo hagamos juntos. Cada uno desde su espacio curricular, todo el tiempo, en las tareas habituales de una clase. Leer. Releer. Escribir. Detenerse a revisar. Reescribir. Vencer la resistencia de lo superficial y bucear en los textos, en los conceptos, en las palabras.

Es verdad: nosotros lo hicimos solos, nos raspamos las rodillas y aprendimos. Pero muchos sentimos que para nuestros estudiantes es más difícil por su falta de hábitos y modelos. ¿Por qué no intentarlo? ¿Quién se anota para que trabajemos en equipo?  Creo que llegó el tiempo de arremangarnos y ponernos a preparar el picadillo.

Prof. Cecilia Elustondo
Imágenes de los libros diseñados
 
   
 

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