PROGRAMA: “Frecuencia Terciario” Emisora:Fm Frontera 93,1 Mhz. – Bº Jardín M “F”, C “16”; Tunuyán (Mza.) – Tel.: 02622-424719 |
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Fragmentación territorial: cambios en el paisaje rural, avance de la urbanización y mercantilización de los bienes comunes | ||
Este trabajo intenta aportar algunas reflexiones sobre los conflictos socio-territoriales que afectan a los espacios rurales próximos a las ciudades, en especial referencia al oasis norte de la provincia de Mendoza. Los cambios registrados en las últimas décadas, como producto de la demanda de tierras urbanizables, junto con el abandono de la actividad agrícola en muchos sectores del oasis, provocan fuertes impactos en el desarrollo territorial. Estos procesos influyen en las disputas por el agua y el suelo, que son objeto de debate y análisis desde distintos sectores de la sociedad. Actualmente, estos temas constituyen el centro de atención de la gestión pública, frente a la reciente sanción de la Ley de Ordenamiento Territorial en la provincia de Mendoza. |
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Los cambios en el espacio rural y urbano en el marco de la globalización
Los impactos relacionados con las políticas económicas neoliberales y sus consecuencias han sido disímiles en los diferentes países latinoamericanos. Sin embargo, se pueden encontrar coincidencias en determinados aspectos como es el papel destacado que han jugado los grandes capitales inversionistas en los distintos sectores productivos. Estas transformaciones se hacen más evidentes a partir de la década del 90, como parte de un proceso que responde a la reestructuración de la economía global, nuevas formas de organización de la producción, cambios en los usos del suelo y valorización diferencial del mismo, tanto en las áreas rurales como las urbanas. Los países latinoamericanos han experimentado nuevos conflictos socio-territoriales, a partir de la apropiación de los recursos naturales, los procesos de acumulación que afectan al patrimonio natural y las disputas por los bienes comunes como son el agua y el suelo en distintas regiones. La apertura del mercado y la creciente movilidad de los capitales financieros, expusieron a una mayor vulnerabilidad a los agentes de menor poder en los sistemas productivos. En los espacios rurales, la modernización tecnológica que supuso la reestructuración y por otro lado, el ingreso de empresas de capitales transnacionales al sector agroindustrial, significó un rotundo cambio en las posibilidades de persistencia de los medianos y pequeños productores y campesinos. Al mismo tiempo, en las áreas urbanas, como producto de las distintas formas en que las inversiones inmobiliarias ocupan espacios en las ciudades y la demanda de tierras, se van acentuando procesos de fragmentación territorial. Expansión urbana sobre el espacio rural: territorios en construcción los problemas que afectan al territorio son procesos que ocurren en el tiempo, por accionar de las sociedades y que contienen conflictos subyacentes a las formas en que se ha producido ese espacio. La expansión del hábitat urbano sobre tierras agrícolas no es un fenómeno nuevo. Desde hace varias décadas el avance de la ciudad sobre su periferia es una preocupación para planificadores, gobernantes y la sociedad en general. La competencia por el uso del suelo tiene distintas dimensiones, si bien el factor que tiene más peso es el valor del suelo en el mercado inmobiliario. La ocupación de tierras en los bordes urbanos no ha sido homogénea. La construcción de barrios planificados por el Estado u otras entidades ha sido el modo más usual, dado que los costos del suelo lejos del centro eran menores y viables para un tipo de vivienda social. Estos barrios contaban, en su mayoría, con menos servicios e infraestructura que los cercanos a la ciudad. Incluso estos proyectos se construían en terrenos fiscales, a veces ocupados por asentamientos ilegales, los cuales eran desalojados y/o incluidos en los nuevos barrios. Estas formas tradicionales de expansión de la ciudad, han sido desplazadas por el interés que generan las nuevas formas de producción del espacio urbano (Pintos, 2013). Desde la década del 90 se constata un marcado crecimiento de los proyectos urbanísticos, en especial de carácter residencial, en áreas periféricas de las grandes metrópolis. Actualmente, también se observa el mismo fenómeno en ciudades intermedias y chicas. Esto adquiere características distintivas porque se trata de nuevos modelos de hábitat, denominados barrios cerrados. El ordenamiento territorial no ha demostrado tener capacidad para regular y ordenar el mercado de tierras urbanas, que es manejado por los grandes operadores inmobiliarios e inversores. El papel del Estado, bajo este modelo neoliberal, se aleja de la intervención en el mercado, ya que sólo puede garantizar la libertad de la oferta y la demanda. Esta ausencia como poder regulador se apoya en un recorte del gasto social y ajuste en distintos ámbitos, en una fuerte oposición al interés general y al bien común, negando las desigualdades que provocó este modelo adoptado por la mayoría de los países latinoamericanos (Hernández, 2012). El crecimiento espacial anárquico se manifiesta en la consolidación de la pobreza urbana, configurando un modelo de crecimiento que transforma a Latinoamérica en una de los sociedades urbanizadas más desiguales del planeta (Hernández, 2012). El territorio de Mendoza, entre la agricultura bajo riego y los barrios
La provincia de Mendoza tiene características geográficas marcadas por las condiciones de aridez y escasos recursos hídricos, que construyen un territorio de grandes contrastes, compuesto por los oasis y el desierto. Esta identidad, nacida de procesos socio-históricos particulares, dio lugar a un estilo propio de desarrollo ligado a la cultura del agua y el uso de la tierra. En las últimas décadas, algunos factores clave, como son la urbanización rural, los cambios en el mercado de trabajo y la desvalorización productiva de la tierra, han provocado grandes mutaciones en el paisaje de la periferia del gran Mendoza (Furlani, 2011). Allí conviven las actividades productivas vinculadas al agro, con otras que se pueden denominar extractivas, junto a las zonas urbanizadas cada vez con mayor densidad demográfica. Obviamente, los intereses encontrados por usos del suelo aparentemente incompatibles, generan conflictos que son de difícil solución (Sosa, E. 2005). Según datos de la Secretaría de Ambiente (2010) de la provincia, en la última década, se han perdido unas 5 mil hectáreas de áreas rurales con tierra productiva como consecuencia del avance urbano. Los departamentos más afectados son Guaymallén, Luján y Maipú. Esto se hace evidente en algunos distritos, como por ejemplo Vistalba, Chacras de Coria y la Puntilla, donde el porcentaje de tierra dedicada a la agricultura disminuye rápidamente en los últimos años, cambiando también su paisaje de rural a urbano (Furlani, 2011). Algunos impactos ya conocidos son la sobreexplotación de los recursos, conflictos por los usos del suelo, degradación, contaminación del agua por efluentes, déficit de la gestión de residuos sólidos, peligrosos y patológicos, entre otros. Muchas de estas transformaciones territoriales de las zonas rurales o periurbanas, se aceleraron a partir de la década de los 90 de la mano de las condiciones establecidas con el neoliberalismo. En la vitivinicultura, principal actividad económica del oasis irrigado, luego de los procesos de reconversión de viñedos iniciados en la década del 70, las explotaciones que se insertaron en el nuevo modelo de producción de calidad, invirtieron en tecnología para mejorar la competitividad de la producción. Se han instalado nuevos emprendimientos agroindustriales, además de establecimientos dedicados al enoturismo y otros servicios como gastronomía y alojamiento. Algunos de los factores señalados como causas de los cambios en las zonas agrícolas son, además, el envejecimiento demográfico de los pequeños productores, donde alrededor del 70% tiene más de 60 años, sumado a la precarización de la tenencia y subdivisión de la tierra por sucesiones, retroalimentando este círculo vicioso. La falta de asociatividad es un aspecto relevante, sólo el 16 % de los productores está asociado en alguna entidad, tales como las cooperativas (Secretaría de Ambiente, 2005). En este escenario como consecuencia de laa gran concnetración económica se vieron desplazadas, muchos de sus propietarios vendieron sus tierras y perdieron su capital. En algunos casos, la quiebra de los pequeños productores favorece el avance de los proyectos inmobiliarios sobre los espacios agrícolas, dado que la falta de respuesta a la gran competitividad, lleva a que se presente como solución parcelar las propiedades en loteos urbanos (Scoones, 2012). Aparecen en escena nuevos actores como las bodegas, tipo boutique, destinadas a la producción de alta calidad para la exportación; además los establecimientos que incorporan el turismo con carácter rural, destinados a segmentos de alto poder adquisitivo, además de lugares dedicados al esparcimiento y el ocio. Los complejos urbanísticos cerrados, como barrios tipo country, van ocupando tierras entre las fincas y las propiedades que abandonaron la producción agrícola. Algunos en zonas más centrales, pero la mayoría en la periferia, en Luján de Cuyo y Maipú, en coincidencia con la Primera Zona Vitivinícola. Su escala varía considerablemente, como así también los servicios ofrecidos. El territorio es, en estos espacios rurales valorizados, donde se manifiesta la lucha entre distintos intereses y los conflictos generados a partir del uso de la tierra, vinculado a la posición de los actores sociales en la estructura espacial del oasis. Muchos de los estudios consultados acerca de las nuevas formas de urbanización o también llamados barrios cerrados, abordan las dimensiones sociológicas del fenómeno, y sus implicancias políticas, sociales, económicas y culturales (Roitman, 2010; Molina, 2013; Vidal Koppmann, 2006; Hernández, 2007). En algunos casos se mencionan las consecuencias ambientales que pueden provocar. Sin embargo, la perspectiva territorial no es la más frecuente. Esta mirada involucra a la sociedad y su particular modo de relacionarse con la naturaleza a lo largo de un proceso histórico de transformaciones. De allí que es necesario incursionar en las tramas de lo social en relación con lo natural, para entender las formas diferenciadas que asumen los territorios y el rol que juegan la identidad, la cultura y la historicidad (Hernandez, 2007). Los bienes de la naturaleza, en este caso en forma especial el suelo y el agua, se conciben como una mercancía o una inversión. La competencia por el agua se expresa en inequidades en su uso, tales como escasez de agua para tomar en algunos barrios frente a la abundancia de agua para regar jardines en otros sectores. A pesar de que la lógica urbana capitalista tiende a homogeneizar los espacios producidos, se puede afirmar que la urbanización no es la misma, surgen espacios distintivos y heterogéneos. Una lógica va de la mano de las inversiones de capitales, donde se ha ido intensificando la disputa por la competitividad y la diferenciación, y otra que busca sobrevivir, mantener una cultura a partir de los lazos de solidaridad e integración territorial. Según Roitman, (2010) el avance de las “ciudades de borde”, los núcleos urbanos que crecen por fuera del radio tradicional de la urbes, es un fenómeno globalizado. El mercado urbano de tierras y la especulación en el precio del suelo, operan conjuntamente para que se pase de uso rural a un uso residencial y por lo tanto, liberado a la fuerza de las iniciativas privadas. Los grandes inversores de tipo especulativo que vienen del exterior vienen y compran cerca de las villas en la periferia urbana, o sea compran terrenos muy baratos, cierran perimetralmente y luego el fenómeno de los barrios privados compite con los asentamientos ilegales y las fincas (Roitman, 2010).
Prof. Ana Scoones |
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