Columna de opinión.

 

En el programa Radial emitido el  19 de junio 2014,  el  Profesor Juan Suriani y las estudiantes: Sandra Cuevas y Brenda Méndez (Móvil)  participaron en la columna de Opinión: La identidad nacional y el sentido de los símbolos patrios”.

 
 

El sentido de los símbolos patrios.

Me parece muy interesante, y aún más en el marco de un programa de estas características, poder abordar el tema de los símbolos patrios, y tratar de echar un poco de luz sobre un asunto muchas veces polémico, sobre el que no siempre existe un acuerdo general, y que se presta a diferentes interpretaciones y análisis. Pero antes de pasar a la cuestión problemática, estimo que es imprescindible detenernos un poco en el tema de los símbolos. Porque si bien cualquiera puede ofrecer ejemplos de lo que es un símbolo patrio, tal vez no todos se han detenido a pensar qué función cumplen, cómo o quiénes lo crearon, o a qué aluden exactamente, es decir: qué representa cada uno de ellos. Y creo que esto es lo que garantiza el, por llamarlo de algún modo, éxito a largo plazo de este tipo de símbolos: que están internalizados de tal modo en la mayor parte de la población que no generan cuestionamientos, ni invitan a la reflexión o al análisis. Todo lo contrario. Despiertan emoción y adhesión instantánea. Tocan fibras íntimas. Nos hacen sentir parte de eso que tal vez también nos costaría definir: la patria, o la nación, pero que asociamos a sentimientos muy profundos. Supongo que todos hemos podido ver y sentir en carne propia lo que ocurre cuando, en los momentos previos a un partido de la selección, suenan los acordes del himno. Y si analizamos la indumentaria de los jugadores, vemos que remite a otro símbolo: la bandera. Y que algunos jugadores se llevan la mano al pecho en actitud casi marcial, como si se estuviera jugando mucho más que un simple partido de fútbol. Bueno, creo que ahí está presente la fuerza de ciertos símbolos cuya función, y ahora sí empezamos a entrar en el terreno que nos interesa, es transmitir una idea de identidad y unión más allá de cualquier diferencia. Como si el solo hecho de compartir unos colores o una canción bastara para hermanar a personas que tal vez no tienen demasiado en común, pero que no dudan en sentirse argentinos, peruanos o alemanes.

Hecha esta breve aclaración, podemos afirmar que los símbolos son creaciones realizadas por las clases dirigentes de los estados nacionales en los momentos de su formación. Entendida la nación como un grupo que comparte una historia, una cultura, y en algunos casos incluso una religión, es importante que este grupo humano se sienta y quiera ser parte de la nación. Esto, sentirse parte, que hoy parece algo obvio, no lo fue en ciertos momentos históricos en que algunos hombres se sentían americanos, aborígenes o cuyanos. En el caso de la Argentina, construir la nación, es decir: lograr que miles de personas se sientan e identifiquen como argentinos, fue un proceso lento y trabajoso. La mayoría de los historiadores coinciden en que la nación argentina se terminó de formar a principios del siglo XX. Esto quiere decir que por más que hacia 1813 ya teníamos un himno, una bandera, escarapela, escudos, etc., la población no había internalizado dichos símbolos. Tuvieron que pasar muchas cosas aún. Las guerras ayudaron, y mucho, porque pelear junto a otros contra un enemigo común desarrolla el sentido de pertenencia. Pero hubo que esperar todavía hasta la década de 1880. Porque fue la escuela, siguiendo los lineamientos de los gobiernos, la encargada de lograr la identificación de las personas con los símbolos y la nación argentina, y recordemos que recién en 1884 tenemos la ley de educación laica y obligatoria. Al pensar en la escuela, uno piensa automáticamente en Sarmiento. Pero en realidad, fue Ramos Mejía el creador de todo un aparato de símbolos y ceremoniales desarrollado en las escuelas para nacionalizar a los niños. Desde los 5 o 6 años los niños se encontraban a diario con la bandera, el himno, la escarapela, los actos patrios, y de ese modo se convertían en argentinos plenos. Durante esta época se agregaron incluso nuevos símbolos: la canción Aurora, por ejemplo, inspirada en una ópera italiana, y que al principio se cantaba en italiano; una historia oficial con héroes y villanos; fechas para rememorar y otras dignas de ser olvidadas; la figura del gaucho como arquetipo de lo argentino: un gaucho que no tenía mucho que ver con el hombre que aspiraba a formar la escuela, pero que servía a los fines simbólicos. Es decir: había que lograr un sentimiento de pertenencia y unidad, porque toda nación se funda en estas dos nociones, y con ese fin se institucionalizaron los símbolos patrios. Con el transcurso del tiempo, ya no fue necesario insistir tanto sobre el asunto, y la escuela misma fue relajándose, aunque nunca abandonó su rol nacionalizador.

Ahora bien, expuesto todo esto uno puede sentirse un poco engañado o decepcionado, como si los símbolos fuesen una especie de artificio manejado con astucia desde arriba. Pero en realidad lo que hay que entender es que, nacidos en el mundo contemporáneo, nos ha tocado vivir bajo la organización del estado-nación, y que este es un fenómeno universal, por lo que en otros países ha ocurrido un proceso semejante. El mundo contemporáneo es la época del estado-nación, y nadie puede ser ajeno a su tiempo. Justamente, el estado nación, se compone del estado (entendido como organización política) y de la nación (entendida como grupo con una identidad común). Para lograr ese sentimiento de unidad y pertenencia se crearon los símbolos patrios, que incluyen todo lo que entendemos por símbolos patrios en el sentido más amplio pero también fechas de batallas, hombres importantes y acontecimientos que transmitan una idea de éxito, de grandeza y que puede hacer sentir orgullosos y unidos a miles de hombres, como el caso de San Martín o las invasiones inglesas. Aceptar y entender esta realidad no implica no considerar el abuso que puede hacerse de estos símbolos, o pasar por alto el hecho de que cierto nacionalismo agresivo puede llevar a la guerra, el imperialismo o la matanza de otras naciones. Porque durante el siglo XX las dictaduras y los totalitarismos apelaron al sentimiento de nación para justificar masacres y genocidios. Nunca proliferaron tantos los símbolos como en la Alemania de Hitler, la Italia Fascista o la España de Franco, y este dato no es menor, y no puede subestimarse. Pero, dado el hecho de que vivimos en un estado nación y, en mayor o menor medida, nos sentimos argentinos, es importante aspirar a que los símbolos representen un nacionalismo tolerante, en el que las otras naciones no son enemigos ni rivales, lo que impedirá que cualquier gobierno utilice los símbolos y el concepto de nación en contra de la dignidad humana o los derechos de las minorías, algo que la escuela debe comenzar a alentar en los niños desde su más temprana edad. Y, por otro parte, también es necesario, por nuestro propio futuro, que podamos combinar los sentimientos y la atracción de los símbolos con cierto nivel de reflexión capaz de llevarnos a preguntarnos si este es realmente el país que queremos, en qué debemos mejorar, en qué aspectos fallamos y por qué aún no podemos resolver ciertos problemas que nos afectan y condicionan como sociedad. 

AUTOR: Prof. Juan Martín Suriani

 

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